jueves, 14 de mayo de 2009

El País Enfermo

Supongo que no queda nadie que no haya visto (bueno, oído) los pitidos de ayer en Mestalla durante la final de la Copa del Rey cuando sonaba el himno español. Siempre con la misma cantinela, unos pitando, y otros sorprendiéndose de que piten. Siempre hay pardillos que se siguen rasgando las vestiduras al ver que Españña (imprescindible la segunda "ñ") se rompe, cuando ni en la época en que éramos el Imperio En El Que Nunca Se Ponía El Sol estábamos de acuerdo. Y es que ni con el mejor equipo de relaciones públicas podría mejorar la desastrosa imagen que tienen nuestros símbolos. He de reconocer que siempre me he sentido una especie de apátrida, y nunca he comprendido la pasión que suscita "ser" de un sitio u otro por el mero hecho de haber nacido en ese lugar (por elegir hubiese preferido nacer en el Hollywood de la Edad Dorada, aunque fuese poniendo cafés); pero también reconozco que, secretamente, soy de esos que sienten malsana envidia cuando ven a los yanquis en pie emocionados con la mano en el pecho. Aunque la pasión y las emociones cuando hablamos de patriotismo o deporte son difícilmente explicables o comprensibles, ¿quién no ha deseado abrazar ese sentimiento de pertenencia a algo, sea un país o una camiseta o un Dios?. Vaya, ya me estoy yendo por las ramas...
El meollo de la cuestión es que yo (como muchos otros) no siento ninguna emoción positiva cuando escucho el himno español o veo la bandera. Es más, como a muchos otros, tanto un símbolo como el otro me traen, como salidas de una visceral conciencia colectiva, connotaciones antiguas, incluso aterradoras. Y es que cuando los americanos escuchan el "Barras y Estrellas" quizás ven a los Padres Fundadores sobreponerse a una atroz guerra civil redactando una Constitución que unió a todo un país y nombró a todos los hombres iguales y libres; quizás al son de la Marsellesa los franceses recuerdan cómo en el corazón de su tierra ardió una Revolución que acabó con la vieja Europa de Reyes hijoputas a golpe de Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano. Pero, ¿en qué pienso yo cuando me planto ante la bandera de mi propio país?. Si fuera Pérez Reverte pensaría en el Siglo de Oro o en la Armada Invencible (ejem...); pero por más que lo intento, no puedo más que acordarme de los fascistas que nos han hecho esto. No culpo a los símbolos, sino a los cabrones que se apropiaron de ellos. Porque desgraciadamente somos un país enfermo. Enfermo porque durante 40 años (¡40 años!) permitimos que un enano dictador hiciera que España se quedase atrás en los momentos más importantes del siglo XX, permitimos que sus botas militares se posaran en nuestros cuellos. Y lo peor de todo fue que no hicimos nada, no hubo Revolución, no hubo un país que se alzase contra el dictador como uno solo para echarle de nuestra Historia. Peor aún, la dictadura se llevó a cabo con el apoyo de gran parte de la población (no sé si por cobardía o por ignorancia). Mientras el mundo se abría al futuro, mientras el hombre pisaba la luna, nosotros veíamos el NO-DO. Y tuvo que morirse el enano, lo repito, ¡tuvo que morirse! para que terminase la dictadura y comenzase una "transición" (vergonzoso término) en el que el heredero del enano fue coronado (sí, sí, como los Reyes aquellos que derrocaron los franceses) y aún hoy se le considera un héroe por impedir (impedir no el pueblo, sino un "Rey") un golpe de Estado que hubiese desembocado en otra dictadura. Y tampoco hubiéramos hecho nada con ella, tan sólo esperar de nuevo a que se muriese el militar de turno. En cualquier otro país orgulloso de su Historia hubiesen quemado el Parlamento antes de verlo ocupado por dictadores, pero aquí... aquí sencillamente miramos para otro lado, como lo hacemos con los pitidos. La verdad es que no nos hemos ganado la Democracia que tenemos, por eso la despreciamos en todas las elecciones con la escasa participación, por eso nuestra clase política es tan abrumadoramente incompetente, aburrida e infantil. Por eso no sé lo que significa el "orgullo" de ser español.
Aunque tampoco hay que ser tan drástico. Ser español, reconozcámoslo, es cuando menos especial, como ser del Atletico de Madrid. Confieso que no me gusta el fútbol, pero cuando me gusta soy del Atlético, sufridor, irracional... porque, ¿por qué ser colchonero pudiendo celebrar títulos año sí y año también siendo azulgrana o merengue?. Ahh, parece que ya noto ese fervor que no sé explicar de dónde viene, comienza en la boca del estómago y sube como una bandada de pájaros hasta estallar en mi corazón.
Apátrida, sí. Pero del Atleti.

2 comentarios:

  1. Somos un país peculiar, qué duda cabe. Quizás deberían revisarse nuestros símbolos, romper con el pasado y que el nuevo himno de España sea algo más evocador, menos cargado de resentimientos... no sé... ¿Paquito "El Chocolatero"?

    Me ha encantado el post, Sam, un abrazo.

    P.D. ...y gracias al enano cabrón por morirse.

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  2. Muy buen post! Menos mal que sigues escribiendo...
    Besos

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