miércoles, 26 de diciembre de 2012

El cuento


No puedo
no hay tiempo ni consuelo,
no quiero
no hay estrella fugaz
sin anhelo

No hay lienzo
para qué
si todo es negro

No hay hielo en la nevera
ni fuego
en el mechero,
ni calor ni frío
a veces ni siquiera
miedo

Apenas veo,
no hay sol
ni lluvia
ni viento

desde donde estoy
sólo hay bruma y gris
y vértigo
y un libro medio abierto,
sus hojas se pasan solas
mecidas
por la brisa del invierno

al principio
pensé
que era un cuento
pero no había final
ni feliz
ni final
sólo terminaba enmedio

No, no hay día
si cuando el planeta gira
es de noche
en otro cielo

No hay sueño
para qué
si estoy despierto

Pero espera
que por andar
escribiendo
no me había dado cuenta
de que aquel libro
al viento
en cierta página, hacia el final
tiene un pliego
una hoja bien marcada
subrayada con empeño
y con tu firma estampada
(la reconocería
hasta en el infierno)

No llores más
me dice(s)
y en vez de lamentar tanto
termina de una vez
tú mismo de escribir
el cuento

Hay más versos
que me guardo
pues no todo lo comparto
si me cuentan
un secreto.

Es una fórmula mágica
de dos párrafos
enteros
que confirma que eres bruja
y si la digo en voz
alta,
mentira, incluso
si en voz alta la pienso...
dejémoslo entre tú y yo
sólo
en que surte
todo su efecto.


jueves, 20 de diciembre de 2012

Vino blanco en el Sol

Como todo esto va de compartir con vosotros una parte de mí, y siendo esto lo único que vais a ver por mi parte relacionado con estas fechas que cada vez me importan menos (yo, que colocaba guirnaldas hasta en el congelador y podía pasarme horas mirando las luces de colores bailar en el árbol), quizás porque me hago más viejo, quizás porque soy más cínico, quizás porque la vida no ha frenado a tiempo y me ha atropellado un par de veces más de las que me gustaría, quizás porque me cuesta más hacer las cosas que antes eran tan fáciles, quizás porque a veces tengo que esforzarme por sentir algo que no sea desidia o indiferencia... esta canción involuntariamente navideña de Tim Minchin aún hace que pestañee más rápido y lo achaque a que se me ha metido algo en el ojo. Pero mi corazón, ése que nunca miente aunque se lo niegue, late más deprisa cada vez que la escucha. Para vosotros. Para ti, que te has parado a leer esto. Para ti, sencillamente.


jueves, 1 de noviembre de 2012

Géminis

Se despierta pero no porque suene el despertador sino porque ha terminado de soñar. El recuerdo del sueño es como una nube apacible que le acompaña mientras sus ojos se acostumbran a la luz y se le olvida justo en el momento en que se da cuenta que no era real.
El agua ardiendo resbala desde su cabeza y desea que el calor dure para siempre pero el pequeño panel frente a la ducha le recuerda en rojos y brillantes números de calculadora que le quedan dos minutos de agua de los cuatro estipulados. Debajo, otro panel con el número 1.046, el número total de duchas de cuatro minutos que le quedan hasta que los depósitos de la nave se vacíen por completo. 1.046. Qué será de él dentro de 1.046 duchas. Qué será del mundo que le rodeaba, de la gente que ha querido.
Los pensamientos trascendentes se evaporan en el momento que se prepara el desayuno. Siempre le ha hecho gracia el desayuno, fingir que es por la mañana en un mundo de oscuridad sin tiempo ni horas tan sólo porque se acabe de levantar. Hace meses que apagó todos los relojes y comenzó a guiarse por su cuerpo, cada vez más delgado, cada vez más cansado, pero al fin y al cabo el único ancla que le une a lo humano. Al terminar con las insípidas cápsulas y el débil espejismo de lo que una vez asegura la tapa que fue un café se sirve una dosis de agua y el panel sobre el refrigerador cambia como lo ha hecho la ducha minutos antes. Aunque el agua de aseo y la de consumo tienen depósitos separados, ambos paneles significan lo mismo para él. Una cuenta atrás. Un número menos. Por eso, recuerda, apagó los relojes.
Hace mucho que no graba su bitácora diaria. Comenzó por no tener nada que decirse a sí mismo y al final lo hacía más por escuchar su propia voz, otra voz. Saber que aún estaba allí, que existía más allá del pálido y ojeroso reflejo que veía en el espejo cada día.
Lee. Escucha música. Hace ejercicio. Cada vez tiene que acercarse más para poder leer. Cada vez tiene que poner más alto el volumen de la música. Cada vez aguanta menos en la cinta de correr. Tose. Llora. Desde el puente mira las estrellas por un ventanuco, el único en toda la nave e infinitamente más pequeño de lo que le gustaría. Según la gravedad artificial en la que se mueve el ventanuco está en el suelo así que allí coloca unas mantas y se tumba boca abajo. La perspectiva siempre le da vértigo pero la belleza del espacio puede con el mareo de su cabeza y al fin se relaja.
Cuando está a punto de dormirse mirando lo que cree que desde la Tierra sería Géminis oye de nuevo los pasos en la planta de arriba. Comenzaron hace unos días pero no les quiere prestar mayor atención. Dan vueltas sobre su cabeza durante unos segundos, atraviesan el pasillo superior que da a las escaleras y luego se desvanecen. Siempre a la misma hora. Siempre el mismo recorrido. El primer día que aparecieron dio una batida por la nave sin encontrar nada y pensó que no merecía la pena seguir pensando en ello. Temía que si lo hacía, la anécdota se transformaría en obsesión y la obsesión en locura. Recordó el entrenamiento y sencillamente archivó los pasos imposibles en el desván de las cosas curiosas de su mente.
Tras la cena los pasos vuelven. Sentado en su pequeño comedor los escucha dirigirse de nuevo hacia las escaleras. Está a punto de subir el volumen de la música para olvidarse de ellos cuando los pasos se multiplican y se acercan al bajar. Tras la esquina del comedor aparece un perro. Es un fantástico labrador de pelo largo y amarillo. Lleva la lengua fuera como si llegara de un paseo. Se miran durante unos segundos tras los que el labrador sigue su camino despacio y lo pierde de vista pasillo abajo. Se da cuenta de que se ha levantado, asustado, pero pronto recobra la calma, recoge los restos de la cena y se va a dormir.
Le quedan 1.045 duchas. Hoy ha visto varias veces al labrador y le escucha corretear por la nave a todas horas. Ha gastado cuatro cápsulas de agua en llenar un pequeño cubo y lo ha dejado en el rellano de las escaleras. A mediodía (o medianoche tal vez) mientras arreglaba unos paneles oye cómo bebe pesadamente y lo encuentra vacío al volver. Más tarde, mientras mira a Géminis el labrador se tumba a su lado, apoyando su pesado lomo contra su espalda. Lo acaricia y se duerme oyendo su respiración y pequeños gemidos que indican que su peludo compañero también sueña.
En su sueño, como si fuera una fantástica parodia de su día, lee, oye música, hace ejercicio, vuela por la nave, mira a Géminis, encuentra un sol que llena la nave de luz y calor de verdad, abre una botella de champán y lo celebra, tose y se ríe a carcajadas y juega y baila con el labrador, subido a sus patas traseras, lee, oye música, llora, te echa de menos.




domingo, 14 de octubre de 2012

Lo que sé del olvido

Si fuera otro tipo de persona me olvidaría del mapa que me diste una vez. Es bastante sencillo, apenas unos garabatos, y aunque lo memoricé desde el primer momento aún lo conservo. Si fuera otro tipo de persona, un espeleólogo tal vez, y tuviera mi mente ocupada en mis estalagmitas y estalactitas, hubiera enterrado tu mapa hace tiempo bajo montañas de escombros y recuerdos. Languidecería en un cajón con el pomo oxidado, criando polvo en la oscuridad. Quizás algún día sin que yo lo sepa, mientras esté en la cocina preparando espaguettis o tumbado fuera mirando a la Luna o riéndome de un chiste que me cuentan, un ácaro recorra su superficie imitando cómicamente la ruta que siempre he querido hacer.
Si fuera otro tipo de persona no encontraría un doloroso placer en leerlo a diario, volver sobre sus trazos y sus curvas, posar las yemas de mis dedos en el punto de partida y recorrerlo hasta el final. Y dejarlo sobre la mesa y ver cómo el sol proyecta sobre el viejo papel nuevas sombras que nunca había visto y sí, claro que espero que a determinada hora en determinado ángulo los rayos de luz formen una respuesta que despeje el misterio porque tu mapa, como todo buen mapa, no te dice a dónde llega sino por dónde se va.
Si fuera otro tipo de persona no soñaría un sueño terrible en el que se me olvida el mapa de mi cabeza y se me olvida que lo escribiste, quizás por eso lo conservo, para saber que existe y que por ende tú existes y para saber que no soy ese tipo de persona que te olvidaría. Pero qué miedo me da el Tiempo no por olvidarte, sino por imaginar que cuando lo olvide todo
tú seas lo único que recuerde.

jueves, 9 de agosto de 2012

Just a ride

Hace horas que conduce sintiendo el motor rugir bajo su cuerpo y contra él. De vez en cuando ráfagas de viento empujan la arena del borde de la carretera contra sus brazos desnudos con un suave dolor que le despierta de sus pensamientos. El Sol comienza a ponerse allá delante como en los anuncios de tabaco y con la luz del atardecer llenando el desierto de las mismas sombras de las que está huyendo decide pararse en el primer bar que encuentre.

Cuando quita el contacto bajo un neón apagado el silencio le envuelve y se siente solo y quieto y otra vez sin nada por lo que moverse. Mira a su alrededor y sólo ve en ambas direcciones una gran recta que no lleva a ninguna parte sino que sólo va hacia otro sitio que no sea el que deja atrás. En eso consisten las carreteras sin curvas, piensa, en poner tierra de por medio.

A través de las ventanas llenas de polvo apenas ve una barra, dos mesas y una vieja mesa de billar. Al entrar todo se ve un poco más lúgubre pero al menos hay vida. Y una jukebox que parece que dejó de sonar hace tiempo. Inclinado en un taburete pide vasos de algo que arde al tragar pero le llena de un reconfortante calor que creía olvidado. Un reloj de pared marca todo el tiempo las once y cuarto. Cierra los ojos. Una eternidad después los abre y siguen siendo las once y cuarto, pero alguien a sus espaldas ha encendido la máquina de discos. Suena una armónica. Siempre suena una armónica al empezar nuestra canción.

-¿Cómo me has encontrado?
-No lo sé.

jueves, 26 de julio de 2012

El plan

La vida es como una película excepto porque no lo es. Cuando te quieres dar cuenta de esto lo más seguro que ya estés en el segundo acto, con el nudo ya planteado y todo el mundo, desde tus padres al Gobierno instándote a que te empieces a dar prisa con el desenlace, que mírate a tu edad y con esas pintas. Claro que esto ya lo dijo con mucho más estilo que yo Tyler Durden con su
"Veo mucho potencial, pero está desperdiciado. Toda una generación trabajando en gasolineras, sirviendo mesas, o siendo esclavos oficinistas.La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos, no hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine, o estrellas del rock. Pero no lo seremos, y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados".
Personalmente el cabreo por no ser estrella del rock se me pasó hace tiempo, aunque siga utilizando la escoba como micrófono (jamás como escoba). Pero sí tengo el resquemor, no, la profunda decepción de ver cómo la vida se va pareciendo cada día menos a una película. De terror en estos tiempos que corren, diríais algunos. Ni eso. El terror requiere ritmo, no apatía. Ferocidad, no impotencia. Imaginación, no prozac. No, la vida es la antítesis del cine, el falso documental donde nunca pasa nada y lo que pasa tiene la emoción de una jornada en la Bolsa.
Por esa razón tengo un plan.
En la Guerra Fría decían que los rusos no iban a mear sin un plan (La Caza del Octubre Rojo dixit). Sean Connery tenía un plan en aquella película. Andy Dufresne tenía un plan cuando le mencionó a Red la playa de Zihuatanejo, tenía un plan cuando le contó la historia de un viejo roble al final de un muro, donde había una piedra negra que no debería estar allí. En las películas el espectador es el último en enterarse del plan, de que al fin y al cabo todo estaba atado desde el principio. Si no, ¿qué gracia tendría?. Esperar descubrirlo es el motivo que te mantiene sentado en la butaca. La esperanza de saber. La esperanza por no saber. Ten pues un plan, uno secreto, algo que sólo tú sepas y que esperes a revelar en el momento oportuno. Convertirte en tu propio deus ex machina. Hacer un Shyamalan. Nolanizar tu año. Llámalo como quieras. Entiérralo, escóndelo, deja pistas pero no evidencias. Mientras camines por la calle sonríe al recordarlo y disfruta de que nadie pueda entender tu sonrisa. Coloca las piezas. Si no puedes colocarlas sé paciente y espera que ellas mismas se coloquen. Pueden tardar una vida en hacerlo pero, ¿no sería así más emocionante el final?. Disfruta de la esperanza de que todo puede dar un giro que sólo tú esperas. La esperanza.
Mi plan está enterrado en un bosque cerca de una playa sin memoria, como el Pacífico de Andy. Me da miedo que alguien lo encuentre pero aún más miedo me da que nadie lo encuentre. Allí guardo un secreto que es sólo mío. O quizás se me olvidó enterrarlo, qué memoria la mía. O quizás mis dudas no son más que la máscara que me pongo para que la sorpresa sea mayor. Es lo bueno de los planes. Y es lo malo de mezclar la realidad con la ficción: llega un punto en que todo puede ser algo confuso...