jueves, 9 de agosto de 2012

Just a ride

Hace horas que conduce sintiendo el motor rugir bajo su cuerpo y contra él. De vez en cuando ráfagas de viento empujan la arena del borde de la carretera contra sus brazos desnudos con un suave dolor que le despierta de sus pensamientos. El Sol comienza a ponerse allá delante como en los anuncios de tabaco y con la luz del atardecer llenando el desierto de las mismas sombras de las que está huyendo decide pararse en el primer bar que encuentre.

Cuando quita el contacto bajo un neón apagado el silencio le envuelve y se siente solo y quieto y otra vez sin nada por lo que moverse. Mira a su alrededor y sólo ve en ambas direcciones una gran recta que no lleva a ninguna parte sino que sólo va hacia otro sitio que no sea el que deja atrás. En eso consisten las carreteras sin curvas, piensa, en poner tierra de por medio.

A través de las ventanas llenas de polvo apenas ve una barra, dos mesas y una vieja mesa de billar. Al entrar todo se ve un poco más lúgubre pero al menos hay vida. Y una jukebox que parece que dejó de sonar hace tiempo. Inclinado en un taburete pide vasos de algo que arde al tragar pero le llena de un reconfortante calor que creía olvidado. Un reloj de pared marca todo el tiempo las once y cuarto. Cierra los ojos. Una eternidad después los abre y siguen siendo las once y cuarto, pero alguien a sus espaldas ha encendido la máquina de discos. Suena una armónica. Siempre suena una armónica al empezar nuestra canción.

-¿Cómo me has encontrado?
-No lo sé.