miércoles, 8 de enero de 2014

The Beginning is the End is the Beginning

Vuelvo a este pequeño trozo de isla donde a veces desembarco arrastrado por la caprichosa corriente para contarte algo que me ocurrió el otro día. No es que sea un gran suceso ni algo asombroso que rellene páginas de una novela, ni siquiera recuerdo a qué hora del día fue pero sí que fue algo importante y que tenía algún sentido. ¿Sabes esas pistas que a veces te da la vida, que pasan detrás de tus ojos en la pantalla de cine de tus pensamientos y corres tras ellas antes de que escapen?. Son rápidas como liebres y fugaces como los días de verano pero a veces... sí, a veces las atrapas y tienen forma de ideas, de impulsos... un resplandor de verdad, de la auténtica, esa que sólo tú conoces. No son respuestas, claro, sólo indicios. En fin, qué sabré yo.

El caso es que no me encontraba bien. Demasiadas cosas tirando dentro de mí en direcciones demasiado contrarias. Si muchas fuerzas te empujan y no sabes bien a cuál hacer caso lo más seguro es que termines tambaleándote en el medio dando vueltas sobre ti mismo y lo único que lograrás será marearte. Me gustaría ser guiado por una sola fuerza y olvidarme de las demás, entontrar mi camino magnéticamente que decía la canción. Así que de repente, pensando en mil cosas a la vez, algo pasó por delante de mí. No vi por completo lo que era pero algo reconocí que me giró el corazón, la agobiante sombra de una certeza que hacía añicos mi vida tal y como creía que era. Lo siguiente que hice, y aquí viene el quid del asunto, fue irme a una habitación donde guardo los libros. Me coloqué frente a la estantería donde están en tres o cuatro hileras y dos filas de profundidad. Los saqué todos, uno por uno. Y leí sus finales. Todos sus finales.

No sé si mi mente funciona muy bien; tampoco es que me pare a preguntarles a los demás si les pasan cosas parecidas, si de repente tienen el impulso casi entre lágrimas de leer la última página de todos sus libros. O si hacen como yo, que casi nunca acabo las canciones que voy escuchando en el coche. Diez o quince segundos antes de que terminen, a veces una estrofa antes, cambio a la siguiente canción. No me gusta oír terminar las canciones que me gustan, pero eso no significa que estoy loco. Aunque no dice mucho de mi cordura. O las películas. Si me gusta el final de una película tiene muchas papeletas para conquistarme. Si tiene algún bache en medio o el segundo acto se hace cuesta arriba y es aburrido, me da igual, se lo perdono todo. Pero termina bien y soy tuyo. Siempre me viene a la mente Cinema Paradiso no por la película en sí, de la que tengo un vago recuerdo, sino por su final. No sé si la has visto (tantas cosas que no sé...) pero te lo contaré de todos modos: al final de la película hay un montaje de besos de películas clásicas eliminados en la sala de montaje por la censura. Qué sencillo y qué difícil a la vez captar tanto significado y tanta belleza en un puñado de imágenes. 

Así que leí y leí finales enloquecida, frenética y desesperadamente. Todos ellos. Rompí el tabú de las últimas páginas, esas que no quieres que pasen mientras terminas un libro que te está encantando. No sé lo que significó pero creo que fue importante. Terminé Solaris de nuevo (creo recordar que un día te escribí su final), me recreé en las últimas palabras tras las cuales ya no había nada más, solo hojas en blanco. Frankenstein. Drácula. Finales llenos de soledad y despedidas. Rayuela. Finales que son principios y mitades. El Gran Gatsby. Siddhartha. La Insorportable Levedad del Ser. El Increíble Hombre Menguante. Todas terminaban y me imaginaba a quien las había escrito, cuánto les habría costado dar con aquel final, escribir el último trazo de la última letra y dejarla atrás.

Cuando terminé me sentía agotado y más triste aún. Como te dije al principio no era una respuesta lo que atravesó mis pensamientos en camino hacia algún lugar recóndito de mi cabeza donde seguro se agazapará hasta que la descubra. Sólo una pregunta en el aire a la que apenas vi alejarse, como la cola de un cometa tras rodear el sol brillando de vuelta a la negrura del Universo. Hay muchos más misterios y más conclusiones aún que saqué de todo aquello pero sería aburrido contarlas o resumirlas en unos pocos párrafos. Basta saber que no resolvieron nada de mi tristeza ni evitaron que mire a la luna cada noche como desde hace tanto tiempo. Pero sé sin querer saberlo que es importante.

P.D.: Mi final favorito (o uno de los que más me gustaron en mi delirio) fue el de Lolita. Antes de la parrafada que suelta Nabokov en todas sus ediciones lamentándose de que no le dejen publicar en ruso, con lo vulgar y malsonante que es el inglés, la novela termina con un susurro y un suspiro (y lo difícil que es juntarlos)... (...) Pienso en bisontes y ángeles, en el secreto de los pigmentos perdurables, en los sonetos proféticos, en el refugio del arte. Y ésta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir, Lolita.

P.D. (II):