miércoles, 19 de junio de 2013

I Spent the Night with Superman

Algo asi como reza el título que la Lois Lane de Superman: The Movie dio a su artículo nos sentimos anoche. Porque anoche estuvimos con Superman, el Hombre de Acero en persona, Henry Cavill... Voy a contarlo en plan telegráfico y sin dar muchos detalles porque escribiendo crónicas me pasa como contando chistes: no se me da nada bien y lo acabo estropeando, así que me dejo los detalles jugosos para cuando me encuentre con vosotros que estéis leyendo esto.
Así que retrocedamos un poco, tres días antes resultamos ganadores de un Meet&Greet (anglosajonada para decir "encuentro privado") con Henry Cavill y Zack Snyder durante la premiere de El Hombre de Acero en Madrid. Nervios, nervios, nervios. Empiezo a preparar cámara de fotos, posters y revistas para que me firmen y de repente me siento mal. Voy a conocer personalmente a gente que tantos buenos momentos me ha regalado haciendo la película que creo más he esperado nunca y ¿qué hago?. ¿Pedirles más cosas?. No. Así que decido que les voy a llevar un regalo a ambos. Dos cómics de mi colección, dos cómics muy especiales para mí por motivos que no vienen al caso. Son cutres. Están viejos. Uno del 86, otro un poco más moderno. Les escribo en la contraportada unas frases esperando que les lleguen si la lengua se me traba, como efectivamente pasará más adelante. Meto los libros en la maleta y muchas más cosas, sueños y esperanzas que diría Jor-El, tantas cosas van en esa maleta que tienen que ver con mi vida que me pongo más nervioso aún.
Así que partimos para Madrid, mi novia María Jesús, nuestro gran amigo Aaron y servidor. A las dos de la tarde ya hay gente sentada en las vallas que rodean el cine Capitol. Camisetas de Superman por doquier, así que no me siento extraño con la mía. Los focos están listos. Yo no. En absoluto. O sí, llevo listo toda mi vida. Quién sabe. Se acerca la hora. Nos cambiamos de ropa en los aseos de un parking que conectan con algún Círculo del Infierno, o al menos huelen a ello. Me enfundo otra camiseta de Superman y agarro los cómics y las entradas. Los tres enfilamos nerviosos Gran Vía arriba.



Son las nueve. Las puertas de los cines se abren y el público comienza a entrar. Conocemos a Sara, una encantadora persona de la Warner que será nuestra guía en el encuentro. Los gritos aumentan. Henry acaba de llegar mientras nosotros entramos a la alfombra roja.



Pasamos a la zona VIP que hay detrás de bambalinas, que para el común de los mortales es como entrar a Dibuliwood, otra dimensión de canapés, gente importante y guardaespaldas que aumenta lo irreal de la situación. Sara nos explica en qué va a consistir el encuentro. Será muy breve y no podremos hacer fotos, sólo nos hará ella una con los dos y nos la enviará después. Russell Crowe no estará en el encuentro y nos especifican que si lo vemos no podemos dirigirnos a él. Le comento a Sara el tema de los cómics, que a estas alturas están a punto de fundirse con mis manos sudorosas. Me dice que imposible. Tienen prohibido entregarles cosas. Como mucho, dice, puedo dárselos a ella y ella intentar hacérselos llegar a sus publicistas.  Tras la decepción inicial decido darles la vuelta y ponérmelos en modo carpeta. Que los vean al menos.
Alex de la Iglesia pasa a nuestro lado. Tenemos a Juan Antonio Bayona a escasos dos metros. La mitomanía me posee. Entra Charles Roven y casi me da un infarto, aunque parece que soy el único que conoce a uno de los responsables de la trilogía de El Caballero Oscuro y uno de los peces gordos de Jolibú. Cuando nos empezamos a relajar entra Russell Crowe. La sola idea de tenerlo a unos metros tomándose algo en la barra hace aflorar la risa nerviosa. Russell Crowe mira hacia nosotros y se ríe. Supongo que vio a gente no acostumbrada a estar en zonas VIP y a un frikazo con camiseta de Superman temblando con unos cómics en la mano. Tras un rato dando vueltas se acerca a nuestra mesa. Russell Crowe está frente a nosotros. Sara le dice que somos los ganadores del concurso y Russell nos da la mano (no, no me la he lavado aún, sé que lo estáis pensando).



Russell (ya no pongo su apellido, que somos conocidos) nos saluda y yo no me resisto a felicitarle por la taquilla de El Hombre de Acero en su primer fin de semana en USA. Dice estar muy contento y con una sonrisa se despide. Encantador. Y con una presencia tremenda. Estamos en shock.
Quedan diez minutos para que empiece la película y sin noticias de Henry o Zack, hasta que el primero hace su aparición. Es grande y alto. Su espalda nublaría un día de sol. Y qué gaitas, guapo a decir basta. Más bueno que el pan. Ya me entendéis. Pide una copa de vino y la cata. Parece que entiende ya que se pasa un rato con la nariz dentro de la copa. Yo, que sólo la meto cuando queda poco vino y hay que apurarla, empiezo a mosquearme pensando que a pesar de todas las entrevistas en las que parece un tipo simpatiquísimo y educado termine siendo un snob relamido. Sí, soy lo peor. Aprieto aún más los cómics.
Llega el momento. Por la hora que es todo indica que será un Meet&Go y deprisita. De hecho nos colocan ya para la foto sin habérnoslo presentado. Alguien le dice que estamos allí y Henry se acerca. Henry se acerca. Lo digo dos veces porque a partir de aquí mis recuerdos son a cámara lenta. Nos saluda con ese tono de voz encantador y nos pregunta el nombre. Cuando llega a mí, mi cerebro se amotina con mis neuronas de rehenes y le digo que me llamo "SssssamuuSsssaaaSsssseimuel" (sic). Henry pone cara de circunstancias y como no ha entendido los sonidos guturales de mi garganta más parecidos al pársel que al castellano dice que hi, yo que nais tu mit yu y pienso que en salir me tiro a la Gran Vía y acabo con mi miserable vida. Pero los cómics siguen ahí y, oh alabados seáis Dioses del Destino y la Providencia, Henry se percata de ellos. "Ah, has traído unos cómics", me dice. "Este es para ti", le respondo. Y me pongo a hablar con él. Le digo que en estas semanas la gente no para de pedirles cosas, autógrafos, entrevistas, fotos. Y que pensé que tendrían que tener algo de vuelta de vez en cuando (además de la fama, los fans y los millones de dólares, claro). Le explico qué cómic es, lo importante que es para mí. Él, que piensa que lo he traído para que me lo firme, me dice que si tengo un bolígrafo... hasta que se da cuenta y me pregunta si se lo he traído para él. "Es un regalo", le digo. Le enseño la contraportada y le digo que le he escrito algo. De ahí, al cielo. Henry me mira, qué coño, me atraviesa con la mirada y no para de repetir gracias y otras cosas que no recuerdo. Se le ve muy emocionado, tanto que se lo enseña a su publicista. Sara intenta explicarle que no es para que se lo quede ahora, que ya se lo entregarán. Henry le dice que no, que se lo queda él, se vuelve hacia mí y me vuelve a mirar y su mirada es increíblemente honesta y agradecida. Yo estoy a punto de olvidar mi heterosexualidad, ponerme de puntillas y abrir los labios cuando aparece Zack Snyder. Nos saluda. Nais tu mit yu tu. Zenkiu. Nos ponemos para la foto, pero no he podido decirle nada a Snyder. Así que cuando terminan las fotos y ya que tengo confianza con Henry le digo si le puede preguntar a Zack (que ya se iba) si me aceptaría el otro cómic. Sí, le hablo a Henry ya en plan colega de toda la vida, qué pasa, cojo confianza muy rápido con la gente. Henry dice que por supuesto y llama a Zack. Zack se da la vuelta y se presenta a Henry haciendo la broma. Henry le explica que le he traído un cómic. Zack no se lo cree. Se lo doy y le hablo de la portada que es muy parecida a un plano de la película, de lo que le he escrito, Zack dice su famoso "Awesome" y de repente ya nos tenemos que ir, la película va a comenzar, nos despedimos... ¿sabéis ese momento cuando estás tan emocionado que no te salen ni las lágrimas?. Así entré yo al cine, sin pensar en todos los focos, la gente que miraba esperando a que entraran las estrellas. Así me senté en la butaca. Sin mis cómics. No sé dónde estarán ahora. Ni si les habrá gustado lo que les he puesto. Sólo sé que han llegado a su destino. Y por Rao que ha sido uno de los días más felices de mi vida.



Ah, sí, luego pusieron la mejor película que se ha rodado sobre Superman. Mucha, mucha, muchísima acción. Más de la que os podáis imaginar. Los mejores efectos especiales que he visto. Pero mucha emoción también. Kevin Costner se lleva la película de calle. Épica. Violenta. Inteligente. No es perfecta (de hecho a mis vecinas de asiento -no fans- no les gustó nada de nada, sin embargo a mi novia le encantó) pero arriesga mucho y muy bien. Para mi gusto (aunque muchos ya conocéis mi tendencia al entusiasmo) es fantástica, todo lo que me esperaba y mucho más. Cuántas veces me agarré al asiento, cuántas me tragué las lágrimas. Al fin el Superman que llevaba tanto tiempo esperando. Joder, cómo te has retrasado. Te veo el viernes de nuevo.

domingo, 2 de junio de 2013

De cilantro y yerbabuena

-¡Ajum!...

La intencionada tos del rey que reflejaba su impaciencia resonó por todo el salón, dejando a su paso un incómodo silencio entre todos los invitados que miraron hacia el trono con temor.

-¡Ajum! –volvió a toser. -¿Dónde se ha metido mi hija? Es la primera vez que llega tarde a su propio cumpleaños. ¿Le habéis dicho que hay tarta de frambuesa con hinojo?. Es su favorita, no lo entiendo….

-¡Una carta! –gritó alguien de repente entrando al salón del trono. -¡Los aposentos de la princesa están vacíos y sobre su cama había una carta para Su Majestad!

-¡Traedla inmediatamente! –rugió el rey levantándose de golpe del trono. Una algarabía rodeó al sirviente que traía la misiva. -¡Puede tratarse de un secuestro y la carta ser una petición de rescate! ¡Malnacidos! ¡Llamad a mi guardia y reunid a todos los caballeros del reino, hay que partir de inmediato en su busca!

El rey arrancó prácticamente la carta de las manos del agotado sirviente que había bajado los doscientos cuatro escalones desde el torreón de la princesa hasta la sala del trono. Comenzó a leerla en voz baja hasta que terminó, levantó la vista y cayó sentado de nuevo en el trono como un fardo pesado, su regia capa rebosando por allí, su brillante corona cayendo por allá. Cuando los asistentes se dieron cuenta de que el monarca se había desmayado uno de ellos cogió la carta del suelo y ante el expectante silencio comenzó a relatar en voz alta lo que en ella había escrito:


Padre, no sé cómo deciros esto. Puede que os resulte difícil de entender, puede que sea doloroso para vos, que me odiéis incluso, pero debéis comprenderme. Me voy padre. Huyo del reino. No quiero ser más princesa, no quiero más caros ropajes ni altas torres ni joyas ni halagos. No os preocupéis, no es culpa vuestra que me vaya, he sido muy feliz aquí pero el tiempo, padre, el tiempo ha pasado y ya no soy la niña que correteaba por palacio a la que le contaban cuentos de hadas, brujas y dragones. Mi risa ya no suena igual que antes, os habréis dado cuenta, y hay mañanas en las que me despierto triste y hay días en los que me cuesta dormir. Me sorprendo a mí misma mirando por la ventana de mi torre el horizonte, ese que tan bien conozco, y me pregunto qué habrá más allá, más allá de vuestro reino, lugares en los que vos no sois rey ni yo soy princesa. Y es ahí donde quiero ir, fuera de este cuento que tan feliz habría de hacerme pero no lo hace. No podía seguir disimulando, ni mentiros a vos, pero sobre todo no podía mentirme más a mí misma.

Es el corazón padre. Siempre lo ha sido. Pero no os engañéis, no me lo han robado, no hay príncipe que me lo haya arrebatado ni me he enamorado de ningún joven de las caballerizas que me haya pedido fugarme con él. No he enloquecido con poemas ni cantares con mi nombre en el título ni he guardado en mi cofre las promesas de un amor eterno. Pero es mi corazón, padre, al que oigo latir cada noche pidiéndome más, pidiéndome ya, pidiéndome todo. Y quiero dárselo padre, quiero entregarle mi vida y que sus latidos sean la montura que me lleve más allá de ese horizonte tras el que ni vos sois rey ni yo princesa.

No necesito el oro de vuestro reino. Yo misma haré fuego en el camino. Coseré mis ropas y curaré mis heridas. Donde repose mi cabeza, allí será mi hogar. Trabajaré. Seré escriba, cocinera, juglar o cantinera. No volveré a no ser yo hasta el día de mi muerte. Buscaré a otro corazón que suene como el mío, porque sé que está allá afuera, pero le buscaré sin buscarle y le necesitaré sin que me haga falta, y sólo a ese otro le entregaré mis días y mis noches. Y haremos fuego juntos en el camino, coseremos nuestras ropas y curaremos nuestras heridas. Donde reposen nuestras cabezas allí será nuestro hogar. Sólo entonces mi corazón estará feliz y rugirá de nuevo y su vacío no me desvelará nunca más. Si hubiera un cuento ése sería el mío. Mi propio cuento, escrito por mí. Será un pequeño cuento, una diminuta historia, un asterisco en un libro mucho más grande, pero será mi asterisco. Quiero que exista. Por pequeño que sea.

Perdona por hacer algo así en el día de mi cumpleaños pero ya conozco vuestros regalos. Me los hacéis todos los años. Son cosas bonitas, pero ahora necesito que otros me hagan regalos. Nuevos sueños y esperanzas esperando ser desenvueltas. Guardaré todos los que me habéis hecho en mi corazón. Ya no seré más princesa pero siempre, siempre seré vuestra hija.


Un profundo silencio se adueñó del salón. Nadie pronunció palabra. Poco a poco, mientras los médicos atendían al desmayado rey, los invitados comenzaron a salir del salón sin pronunciar palabra. Eran ciudadanos de un reino sin princesa. Aun así, no había tristeza en el ambiente. Todos la querían y la habían conocido desde niña, pero aunque no lo dijeran se alegraban de que fuera libre y feliz más allá de las murallas. Algunos antes de salir se arremolinaron en torno a una ventana y señalaron el horizonte preguntándose dónde estaría la princesa, por qué sendero habría empezado su camino, si volvería alguna vez. Sabían que el día se convertiría en noche y la noche en día y mañana la echarían un poco menos en falta y habría más banquetes y fiestas, inviernos, primaveras, otoños y veranos y poco a poco su recuerdo sería menos triste… además, eventualmente, todos los cuentos tienen un final feliz….

Epílogo (o prólogo, según se mire)
El bosque era un laberinto más enmarañado de lo que ella pensaba. Su hatillo pesaba el doble de cuando partió y los pies le dolían desde hacía un rato así que decidió detenerse en un claro a descansar.  Se descalzó y sentada en la hierba comenzó a buscar en el fondo de su hatillo una hogaza de pan cuando una mano apareció frente a su rostro con un ramillete de magnolias, algunas de tallo roto, que se combaban y bailaban frente a ella. Al final del brazo había un joven que resoplaba cansado.
-Llevo siguiéndola un buen rato, no había visto nunca una chica más rápida que vos. No pretendo asustarla, sólo que la vi canturreando sola por el bosque y, he de reconocerlo, me pareció que una chica tan hermosa y divertida como vos no puede pasear en un día como el de hoy sin que le regalen un ramillete de flores, aunque sea tan pobre como este.
Ella sonrió como antes de dejar de sonreír como antes y aceptó el ramillete.
-¿Pues sabe, noble caballero, que casualidad o no hoy es mi cumpleaños y sus magnolias son el primer regalo que me hacen?
-Entonces hay que celebrarlo –respondió él. –Conozco una taberna siguiendo este camino donde podría hacerme el honor de invitarla a comer. Pero primero deberíamos presentarnos.
La que fuera princesa le dijo al chico de las magnolias su nombre y el chico de las magnolias le dijo el suyo a la chica que fuera princesa. Cuando ella se levantó para recoger sus cosas y volver al camino giró la cabeza y su melena se movió con ella, y en aquel momento el chico de las magnolias olió el olor más maravilloso que podía haberse imaginado. Más, mucho más, que cualquiera de las flores que se encontraban en aquel bosque, en cualquier bosque. Era como ver un color que no habías visto en tu vida y al que no podías ponerle nombre. Una mezcla química imposible, una chispa en el Universo que sabía que sólo le estaba pasando a él en ese único instante y que despertó un corazón que ya no podría dormir jamás. Si alguien le hubiera pedido que metiera aquel rayo en una botella hubiera dicho que el amor olía a una mezcla de cilantro y yerbabuena.