martes, 2 de abril de 2013

Tú en, yo hacia


Nadaba yo la otra noche entre vasos anchos de ginebra y antibióticos para la amigdalitis que hacía ya varios días venía atormentándome cuando caí en el hueco entre el sofá y la cama, más sedado que inconsciente.  De repente, sin corte aparente entre la insulsa realidad de mi habitación y el torbellino onírico del más feroz de los sueños, me encontré a mi mismo en el borde inferior de tu ojo izquierdo. Para que te hagas una idea del tamaño que tendría era la mitad de la mitad de una de tus pestañas. Miré hacia abajo, más allá de la llanura de tu mejilla, y un vértigo atroz se apoderó de mí, así que para alejar esa sensación de precipitarme por tu rostro me concentré en tu iris, que se movía delante de mí. No parecías percatarte de mi presencia así que comencé a hacerte señas desesperado pero cada vez que pestañeabas una corriente de aire me tiraba al suelo. De repente vi aparecer a la vez de las hendiduras de los lados de tu ojo dos enormes masas de agua que fueron a juntarse violentamente en el centro y formaron una esfera de agua que comenzó a avanzar hacia mí a toda velocidad como en aquella película de Indiana Jones. Corrí en dirección contraria hacia el abismo de tu mejilla con el corazón roto pensando en por qué estarías llorando. Pensaba en esto cuando trastabillé y comencé a rodar mejilla abajo y grité...
...preparado para el golpe pero no aterricé, sino que abrí los ojos y estaba recorriendo la orilla del Sena cerca de Pont Marie, por los puestos de cuadros y libros donde te conocí mientras hojeabas una pedantería de Sartre que me inventé que había leído para intentar ligarte. Llevaba gabardina marrón, zapatos marrones, sombrero marrón, era yo todo un color como esos detectives de los años 40, y llevaba en la mano una hoja de libreta arrancada por la mitad, con una dirección escrita y una frase al margen que rezaba "Ven a verme, pero no traigas tu corazón. Si vienes a verme y lo traes, te mataré. O haremos el amor. Ven a verme.". Estaba escrito en francés, así que hasta una amenaza de muerte parecía excitante. Conocía la calle, no estaba muy lejos, en el Barrio Latino, pero en aquel momento dejé de controlar mi cuerpo, di media vuelta arrugando el papel y lo arrojé al Sena. Me iba pero quería volver y por mucho que arrastraba mi voluntad para volver sobre mis pasos el sueño podía más que yo, y de repente ya no recordaba la dirección que ponía el papel y ya no haríamos el amor ni me matarías y me volví a romper por dentro como atravesado por flechas.
Luego de aquello todo fueron lugares comunes:
Yo en Florida viendo cómo despegaba la primera misión colonizadora de Dione, la luna de Saturno, en un viaje sólo de ida, tú me despedías desde un ventanuco del cohete, agitando la mano como si nos fuéramos a volver a ver.
Yo siendo microfonista en el rodaje de La Dolce Vita y tú saliendo de la Fontana di Trevi para ir a abrazar a Mastroiani, del que te enamorabas una y otra vez y yo tenía que oírlo, oírlo, oírlo aunque cerrara los ojos, tus piernas luchando por salir del agua, tu abrazo, tu beso, tus ojos italianos y sus ojos italianos, y sostenía el micrófono en lo alto y parecía que pesaba toneladas y nadie gritaba corten.
Yo recepcionista y tú dejando el hotel. Tú en... yo hacia. Ya sabes, ese tipo de historias.
Lo más curioso es que lo último que soñé fue que dormía dentro de un girasol, de nuevo reducido al tamaño de un pulgón. Era aún noche porque dormitaba sobre los pétalos cerrados, así que sólo veía el suelo por las rendijas. Conforme fue incrementando la luz el girasol fue subiendo y yo descendiendo por el pétalo que había sido mi cama para no caer de manera brusca, hasta que aterricé en el centro de la flor y tenía el Sol sobre mí, así que me quedé tumbado, vagueando el final del sueño porque no me apetecía correr más, ni despedirte más, ni perderte otra vez. Allí encima seguiría siempre a la estrella así que pensé en instalarme y allí hice mi hogar, mirando a la fresca tierra de noche y al azul del cielo por el día. Y ahí sigo, lo creas o no, tumbado en mi habitación, durmiendo sin soñar dentro de un sueño. Oliendo a galán de noche y jazmín, balanceado por el viento sobre una cama de cosquillas. Con el tiempo me aventuré por una rendija entre dos pétalos y encontré unas escaleras que bajaban por el tallo. Así que a veces hago excursiones al suelo y con los brazos en jarra mirando al horizonte pienso en ti, en mi vida pasada de gigante, en Pont Marie, en Florida, en Roma... en mi agitada vida de aquí para allá. Y una parte de mí echa de menos soñarte. Así que subo las escaleras de nuevo pero recordando siempre el número de pétalo que me lleva al suelo (el segundo a la derecha de la primera sombra que proyecta el alba). Para poder bajar de vez en cuando y recordar que dormir sin sueños no dura para siempre...