jueves, 10 de enero de 2013

Just breathe

Decidió seguir sus pasos y se perdió. Quiso volver sobre ellos pero las olas habían cubierto sus propias huellas y cuando miró atrás sintió la soledad del horizonte subiendo por su espalda para estallar en un molesto cosquilleo en la nuca. Así que comenzó a andar en círculos, se sentó al borde del acantilado y preguntó por ti a voz en grito; al ver que nadie contestaba más que los cormoranes y el viento profirió algún dónde y algún por qué para terminar, ya susurrando, con un tímido hay alguien ahí.
Masculló algo en voz baja que ni siquiera yo pude oír y se preguntó si a ti que habías andado tan deprisa te gustaría que mascullara cuando estuviera nervioso o enfadado o más bien serías de las personas a las que les gusta hablar alto y claro y sin enfadarse y se obsesionó con el pensamiento de que le odiarías, de que odiarías esas pequeñas cosas tan molestas como mascullar y andar en círculos y seguirte todo el rato, y con que quizás habías acelerado el paso para perderle de vista y que dejara de seguirte. Y que quizás, sólo quizás, odiarías todos esos pensamientos de los que no podía librarse.
Así que bajó del acantilado un poco odiándose a sí mismo y un poco queriendo olvidarte y subió una colina y la bajó de nuevo pero por el otro lado y al otro lado había un valle maravilloso como puesto allí a propósito (cómo podría ser de otra manera) y reposado sobre él encendió una hoguera y abrió una botella de vino y bailó a su alrededor, y se quedó dormido mirando las estrellas que no formaban ningún carro ni ningún arpa ni ningún carnero por mucho que se lo imaginara y la idea de estrellas que no forman carneros ni arpas ni carros para señalártelos y hacerte sonreír le resultó tan graciosa que él mismo se quedó dormido sonriendo.
Aproveché su sueño para acercarme un poco, me calenté con las brasas que aún quedaban y aprovechando aquel calor que desaparecía me senté mirando cómo su pecho subía y bajaba y preguntándome qué podía significar todo aquello, dónde estarías tú y por qué te seguía. Sabía y sé muchas cosas pero aquello se alejaba de mi comprensión y eso me molesta más que ninguna otra cosa. Quise despertarle, zarandearle y preguntárselo pero en vez de eso fui al acantilado y le pregunté a la luna y al viento y a los cormoranes por ti, por dónde estabas y por qué te seguía y a quién seguías tú y por qué no andábais en direcciones opuestas para poder encontraros o por qué no andabas más despacio o él más rápido, y por qué las mareas se empeñaban en borrar vuestras huellas como jugando con vosotros. Me sentí idiota allí de pie así que me tumbé y, cosa rara en mí, dormí y soñé que te seguía, que bebía vino y bailaba alrededor de una hoguera, que caía al suelo en un mar de hierba y que las estrellas formaban carros, arpas y carneros. Y hasta me pareció que un cúmulo de estrellas cuya luz quién sabe si se había apagado hace eones formaba un nombre. Quizás el saber que tú también puedes verlas es lo que le hizo dormir sonriendo. Quizás yo también esté sonriendo mientras duermo. Quizás.