lunes, 8 de junio de 2009

Un domingo cualquiera

Hoy no he votado en las elecciones europeas. Discutía el otro día con un amigo el tema de votar o no votar y yo, que hace unos años era ferviente defensor del posicionamiento y la defensa de los ideales, me he dado cuenta de que me he ido convirtiendo en un escéptico. Peor aún, he caído en un estado entre el nihilismo y el hastío por los juegos sociales que me rodean, como ese de meter un papelito por una ranura.
Hoy no he levantado mi por otra parte aún respingón trasero del sofá para acudir al teatro de la democracia 2.0, ni he pasado la tarde emocionado esperando los datos de participación ni los primeros sondeos a pie de urna como hacía antes del aciago día en el que levanté la vista al cielo en busca de esperanza y vi por primera vez los hilos a las marionetas. De qué nos sirve votar a rojos o azules si los que mandan siempre y de verdad son los azules del BBVA y los rojos del Santander. Porque cuando los políticos ocupan sus cargos (y aquí no hay vencedores ni vencidos, porque todos los candidatos que hemos visto en la tele cobrarán sus sueldos de eurodiputados y tendrán coches tintados y toda esa porquería) se olvidan de las dos semanas anteriores en las que nos han hecho la pelota, las dos únicas semanas que realmente dedican a explicarnos su labor, sus propuestas (y ni eso) o sencillamente a acercarse a los votantes. A partir de mañana se acabó el besar a niños, y comienzan las felaciones a los auténticos amos del cotarro.
Porque vaya clase política, señores. Aquí, Zapatero y Rajoy, que si los viera Darwin reescribía la Teoría de la Evolución y estrellaba el Beagle contra el iceberg más próximo. En Italia esa especie de Jaimito mezclado con la Telecinco de las Mama Chicho que logra mayoría absoluta tras mayoría absoluta, en Reino Unido escandalizados al descubrir los gastos fraudulentos de sus eurodiputados, y en USA (y abusa), Obama, que mucho hablar y luego incumple una de sus principales promesas y mantiene los tribunales de Guantánamo, recordándonos que al fin y al cabo tiene tanto poder como le dejan tener.
Qué democracia va a haber si el tropocientos por ciento de la población (dato fiable estadístico donde los haya) está atado por contrato a una entidad a la que le paga el diezmo (¿he dicho el diezmo? ejem...) mensualmente durante el resto de su vida a riesgo de que le quiten el derecho constitucional a una vivienda digna (a un precio digno, se les olvidó poner para los listillos). Esto, señores, no es democracia. Es 1984 a un nivel más tétrico y sutil que el de la novela.
Así, escandalizado, mi amigo con el que discutía sobre la abstención me instó a proponer una alternativa a nuestro podrido sistema, y ahí me ganó a los puntos, más que nada porque me quedé callado sin saber qué responderle. Sinceramente, pensé en Tyler Durden y el mundo que imaginaba cuando la anarquía hubiese llevado al hombre de vuelta a una vida más sencilla, pero más honrada...

"En el mundo que imagino, se cazarán alces junto a escaparates de unos grandes almacenes en cuyos pasillos malolientes se pudren en las perchas vestidos y fracs. Llevarás vestiduras de cuero que te durarán toda la vida y escalaras la Sears Tower por enredaderas tan gruesas como tu muñeca. Escalarás la bóveda de un bosque uliginoso donde la atmosfera estara tan limpia que verás figuras diminutas majando maíz y poniendo a secar tiras de carne de venado bajo el sol de agosto en el área de descanso de una autopista abandonada.”

...Y recordé mi viejo sueño de retirarme al campo, a cultivar la tierra y cultivar mi espíritu, a aprender a ser humano de nuevo y distanciarme de la desidia que me carcome y la frialdad de nuestro mundo que me hace echar de menos la pasión incendiaria de otros tiempos.
A olvidar que ya sólo me hacen llorar las películas y no el telediario.