jueves, 26 de julio de 2012

El plan

La vida es como una película excepto porque no lo es. Cuando te quieres dar cuenta de esto lo más seguro que ya estés en el segundo acto, con el nudo ya planteado y todo el mundo, desde tus padres al Gobierno instándote a que te empieces a dar prisa con el desenlace, que mírate a tu edad y con esas pintas. Claro que esto ya lo dijo con mucho más estilo que yo Tyler Durden con su
"Veo mucho potencial, pero está desperdiciado. Toda una generación trabajando en gasolineras, sirviendo mesas, o siendo esclavos oficinistas.La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos, no hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine, o estrellas del rock. Pero no lo seremos, y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados".
Personalmente el cabreo por no ser estrella del rock se me pasó hace tiempo, aunque siga utilizando la escoba como micrófono (jamás como escoba). Pero sí tengo el resquemor, no, la profunda decepción de ver cómo la vida se va pareciendo cada día menos a una película. De terror en estos tiempos que corren, diríais algunos. Ni eso. El terror requiere ritmo, no apatía. Ferocidad, no impotencia. Imaginación, no prozac. No, la vida es la antítesis del cine, el falso documental donde nunca pasa nada y lo que pasa tiene la emoción de una jornada en la Bolsa.
Por esa razón tengo un plan.
En la Guerra Fría decían que los rusos no iban a mear sin un plan (La Caza del Octubre Rojo dixit). Sean Connery tenía un plan en aquella película. Andy Dufresne tenía un plan cuando le mencionó a Red la playa de Zihuatanejo, tenía un plan cuando le contó la historia de un viejo roble al final de un muro, donde había una piedra negra que no debería estar allí. En las películas el espectador es el último en enterarse del plan, de que al fin y al cabo todo estaba atado desde el principio. Si no, ¿qué gracia tendría?. Esperar descubrirlo es el motivo que te mantiene sentado en la butaca. La esperanza de saber. La esperanza por no saber. Ten pues un plan, uno secreto, algo que sólo tú sepas y que esperes a revelar en el momento oportuno. Convertirte en tu propio deus ex machina. Hacer un Shyamalan. Nolanizar tu año. Llámalo como quieras. Entiérralo, escóndelo, deja pistas pero no evidencias. Mientras camines por la calle sonríe al recordarlo y disfruta de que nadie pueda entender tu sonrisa. Coloca las piezas. Si no puedes colocarlas sé paciente y espera que ellas mismas se coloquen. Pueden tardar una vida en hacerlo pero, ¿no sería así más emocionante el final?. Disfruta de la esperanza de que todo puede dar un giro que sólo tú esperas. La esperanza.
Mi plan está enterrado en un bosque cerca de una playa sin memoria, como el Pacífico de Andy. Me da miedo que alguien lo encuentre pero aún más miedo me da que nadie lo encuentre. Allí guardo un secreto que es sólo mío. O quizás se me olvidó enterrarlo, qué memoria la mía. O quizás mis dudas no son más que la máscara que me pongo para que la sorpresa sea mayor. Es lo bueno de los planes. Y es lo malo de mezclar la realidad con la ficción: llega un punto en que todo puede ser algo confuso...