jueves, 1 de noviembre de 2012

Géminis

Se despierta pero no porque suene el despertador sino porque ha terminado de soñar. El recuerdo del sueño es como una nube apacible que le acompaña mientras sus ojos se acostumbran a la luz y se le olvida justo en el momento en que se da cuenta que no era real.
El agua ardiendo resbala desde su cabeza y desea que el calor dure para siempre pero el pequeño panel frente a la ducha le recuerda en rojos y brillantes números de calculadora que le quedan dos minutos de agua de los cuatro estipulados. Debajo, otro panel con el número 1.046, el número total de duchas de cuatro minutos que le quedan hasta que los depósitos de la nave se vacíen por completo. 1.046. Qué será de él dentro de 1.046 duchas. Qué será del mundo que le rodeaba, de la gente que ha querido.
Los pensamientos trascendentes se evaporan en el momento que se prepara el desayuno. Siempre le ha hecho gracia el desayuno, fingir que es por la mañana en un mundo de oscuridad sin tiempo ni horas tan sólo porque se acabe de levantar. Hace meses que apagó todos los relojes y comenzó a guiarse por su cuerpo, cada vez más delgado, cada vez más cansado, pero al fin y al cabo el único ancla que le une a lo humano. Al terminar con las insípidas cápsulas y el débil espejismo de lo que una vez asegura la tapa que fue un café se sirve una dosis de agua y el panel sobre el refrigerador cambia como lo ha hecho la ducha minutos antes. Aunque el agua de aseo y la de consumo tienen depósitos separados, ambos paneles significan lo mismo para él. Una cuenta atrás. Un número menos. Por eso, recuerda, apagó los relojes.
Hace mucho que no graba su bitácora diaria. Comenzó por no tener nada que decirse a sí mismo y al final lo hacía más por escuchar su propia voz, otra voz. Saber que aún estaba allí, que existía más allá del pálido y ojeroso reflejo que veía en el espejo cada día.
Lee. Escucha música. Hace ejercicio. Cada vez tiene que acercarse más para poder leer. Cada vez tiene que poner más alto el volumen de la música. Cada vez aguanta menos en la cinta de correr. Tose. Llora. Desde el puente mira las estrellas por un ventanuco, el único en toda la nave e infinitamente más pequeño de lo que le gustaría. Según la gravedad artificial en la que se mueve el ventanuco está en el suelo así que allí coloca unas mantas y se tumba boca abajo. La perspectiva siempre le da vértigo pero la belleza del espacio puede con el mareo de su cabeza y al fin se relaja.
Cuando está a punto de dormirse mirando lo que cree que desde la Tierra sería Géminis oye de nuevo los pasos en la planta de arriba. Comenzaron hace unos días pero no les quiere prestar mayor atención. Dan vueltas sobre su cabeza durante unos segundos, atraviesan el pasillo superior que da a las escaleras y luego se desvanecen. Siempre a la misma hora. Siempre el mismo recorrido. El primer día que aparecieron dio una batida por la nave sin encontrar nada y pensó que no merecía la pena seguir pensando en ello. Temía que si lo hacía, la anécdota se transformaría en obsesión y la obsesión en locura. Recordó el entrenamiento y sencillamente archivó los pasos imposibles en el desván de las cosas curiosas de su mente.
Tras la cena los pasos vuelven. Sentado en su pequeño comedor los escucha dirigirse de nuevo hacia las escaleras. Está a punto de subir el volumen de la música para olvidarse de ellos cuando los pasos se multiplican y se acercan al bajar. Tras la esquina del comedor aparece un perro. Es un fantástico labrador de pelo largo y amarillo. Lleva la lengua fuera como si llegara de un paseo. Se miran durante unos segundos tras los que el labrador sigue su camino despacio y lo pierde de vista pasillo abajo. Se da cuenta de que se ha levantado, asustado, pero pronto recobra la calma, recoge los restos de la cena y se va a dormir.
Le quedan 1.045 duchas. Hoy ha visto varias veces al labrador y le escucha corretear por la nave a todas horas. Ha gastado cuatro cápsulas de agua en llenar un pequeño cubo y lo ha dejado en el rellano de las escaleras. A mediodía (o medianoche tal vez) mientras arreglaba unos paneles oye cómo bebe pesadamente y lo encuentra vacío al volver. Más tarde, mientras mira a Géminis el labrador se tumba a su lado, apoyando su pesado lomo contra su espalda. Lo acaricia y se duerme oyendo su respiración y pequeños gemidos que indican que su peludo compañero también sueña.
En su sueño, como si fuera una fantástica parodia de su día, lee, oye música, hace ejercicio, vuela por la nave, mira a Géminis, encuentra un sol que llena la nave de luz y calor de verdad, abre una botella de champán y lo celebra, tose y se ríe a carcajadas y juega y baila con el labrador, subido a sus patas traseras, lee, oye música, llora, te echa de menos.