martes, 14 de abril de 2009

Faubourg Saint-Denis

Lo confieso, a veces soy una mala persona. Sé que confesarlo no alivia lo negativo del hecho en sí, pero necesito decirlo en alto antes de escribir esta entrada. Los (pocos) que me conocen saben que soy socialmente esquivo hasta el punto de lo huraño, demoledoramente cínico, hipócrita sin remedio y con el ego de un alemán en los años 40. Ah, y autocompasivo hasta la náusea, por si no se había notado.
Pero todos estos maravillosos atributos se ven superados por uno que, sinceramente, es mi perdición: el egoísmo cinematográfico. Como si fuera uno de esos galimatías que House y su equipo diagnostican con atropellado verbo, acabo de inventarme este palabro para definir mi enfermedad y esperando que esta entrada sirva de catarsis para su curación, al compartirlo con vosotros, sufridos lectores.
Los síntomas de mi egoísmo cinematográfico comenzaron en el instituto: en aquellos tiempos sin internet (hay que joderse) las películas no las veíamos en el ordenador (el mayor efecto que podía sacar el mío era cuando se caían las cartas al terminar un Solitario, que había que ver a toda la familia embobada mirándolo y mascullando cosas del estilo "cómo avanza todo" y "qué será lo próximo que inventen"), sino en cintas VHS que pasaban de mano en mano en el patio, y con ellas los rumores de tal o cual película que no podías perderte; pero lo mejor, el auténtico clímax llegaba cuando descubrías una de esas pequeñas joyas por ti mismo. Al día siguiente te convertías en el rey, el puto amo si me permitís la vulgaridad, y acto seguido pasabas a ser una especie de camello del séptimo arte, que suministraba esa dosis secreta de genialidad a los ignorantes que aún no la habían visto. Encontraba películas perdidas en un rincón del videoclub, las grababa (con ayuda de dos vídeos y un aparato para evitar el anticopia llamado "regenerador de sincronismos" -nombre verídico, aún lo conservo por si hay incrédulos-) y luego las exponía como trofeos ante otros cinéfagos.
En cuanto tuve casa propia (es decir, de alquiler), la enfermedad se propagó rápidamente. Prácticamente todas las películas que se veían eran propuestas por mí, e indefectiblemente eran películas que ya había visto. ¿Por qué?. Pues porque, en un retorcido síndrome egoísta, me atribuía el hecho del descubrimiento, casi como si yo hubiese hecho la película y la estuviese mostrando ante el público. Y pardiez que pasaba los mismos nervios, pensando si les estaría gustando o no, temiéndome su reacción. Y se me rompía el corazón si ésta era negativa, como si hubiera puesto mi dinero en ella y ahora fuese a fracasar en taquilla.
Pero lo peor era al día siguiente, cuando ya todos la habían visto, cuando ya no era mi joya secreta, sino que se había extendido y (creía yo, en mi delirio) vulgarizado. Y así comenzaba la búsqueda de ese algo especial que encontrar y que me hiciera sentir como un duende irlandés abrazado a su olla de oro, o si lo preferís como el gollum acariciando su anillo mientras teme que se lo arrebaten.
¿Qué tontería, verdad?. Recuerdo cuando escribía una columna de cine en cierto periódico, que una de las semanas hablé sobre una pequeñísima película de la que casi nadie había oido hablar llamada "Lost in Translation", semanas antes de su estreno. Ya la había visto (se nota que aquí ya había internet, esa especie de arcoiris hacia Asgard para los cinéfagos) y me había quedado prendado de ella. Hablaba de ella y de "Las Vírgenes Suicidas", que me seguía pareciendo fantastillosa, y terminaba el artículo temiendo que poca gente iría a verla y cayera en el olvido. Pero fue un éxito, y luego vinieron los Oscar, y Scarlett Johansson era la Novia de América, y de repente no había conversación chic en la que te metieses en la que no se discutiera qué diantres le susurraba Bob a Charlotte en la última escena o qué cool resultaba haber elegido a The Jesus and Mary Chain para los títulos de crédito finales. Y yo, en lugar de sentirme alegre por aquel éxito, estaba indignado de que todos supieran lo que era mi secreto reservado para algunos, y me veía a mí mismo enseñándoles a todos el artículo del periódico, parando el tráfico como al final de "La Invasión de los Ladrones de Cuerpos" y gritando "¡Ya os lo advertí! ¡Yo lo vi primero! ¡Yo lo predije! ¡¿Es que no lo veis?!". En fin, de manicomio.
¿Y a qué venía todo este rollo?. Ah sí, aquí viene cuando os enfadáis conmigo por haceros leer tantas tonterías. Todo esto viene al caso de que el otro día que me quedé solo en casa (sí, para los graciosos que pregunten hice lo de Macaulay Culkin frente al espejo con el after shave, es casi una tradición) me topé de bruces con una de esas pequeñas joyas de las que os hablaba, esas que no quiero que dejen de ser el secreto de unos pocos (o muchos, si se tiene en cuenta que en el mundillo cinéfilo de internet la conoce hasta el apuntador). La película en cuestión es sueca y se titula "Let the Right One In" (broma privada a continuación, la mayoría os la podéis saltar: aquí Luis Badolato pensará "este tio es tonto, si esto es más viejo que el pan y la película no es tan buena, si ya te lo dije por teléfono"- fin de la broma privada). No os voy a contar de qué va la película, y sinceramente os recomiendo que no lo busquéis en internet si seguís mi recomendación y tenéis interés en verla. En internet hay una versión en calidad DVD y los subtítulos los tenéis en cualquier página de subtítulos (perogruyo al canto). La película se estrena aquí en España el 17 de Abril (vamos, el viernes que viene) y como siempre llegará capada por el dichoso doblaje. No es que esté recomendando la piratería (válgame dios con la nueva Menestra de Cultura y Cachondeo), digo solamente que podéis estar tranquilos, la película ya ha tenido éxito suficiente para que los USA (y abusa, que subtitulaba Ibáñez) ya estén haciendo un rimeik de esos que tanto les gustan, así que a sus autores no les molestará que su obra, que en principio no debía salir de Suecia, la quieran ver unos cuantos puristas en su idioma original.
Y como esta peli puede que más de uno ya haya oido hablar de ella, y mi efecto descubrimiento haya sido menor del esperado, pues dejo otra recomendación, ésta de cara al futuro (más concretamente a verano en Estados Unidos, lo cual siendo una película pequeña significará año que viene para los españolitos). Se trata de Moon, protagonizada por esa bestia que papel que hace papel que borda llamada Sam Rockwell (¿para cuándo el reconocimiento que se merece?) y dirigida por Duncan Jones. Es una película que aunque no lo parezca es de las pequeñitas que llegan sin hacer ruido, de hecho se ganó la distribución a pulso en el pasado Festival de Sundance. La trama: el bueno de Sam Rockwell interpreta a un astronata (no es un error, es que me gustan los palabros), que se encarga solito del mantenimiento de la única base humana en la Luna. A unas semanas para su partida hacia la Tierra, comienza a perder la chaveta. Atentos al genial trailer y a la música de Clint Mansell. Por cierto, el tal Duncan Jones ese es hijo de David Bowie, algo se le habrá pegado de papá, ¿no?. En fin, aquí tenéis el trailer:




¡Un saludo a todos!

P.D.: Ah, espera, espera, espera, no tan rápido vaquero. ¿Que qué diantes significaba el título de la entrada?. Esa sí que es la metáfora definitiva de mi egoísmo, una de esas pequeñas cosas que no me gusta compartir porque la quiero para mí solo. Además de una preciosa calle de París, es también el título de un corto de Tom Tikwer que... jolín, ya estoy cansado de escribir, venga, haced vosotros algo de investigación, que lo queréis todo hecho, y para algo está el Google. ;-)



"Escucha, hay veces en que la vida te pide un cambio, una transición, como las estaciones. Nuestra primavera fue maravillosa, pero ahora ya ha terminado el verano, hemos dejado pasar nuestro otoño y ahora de repente hace tanto frío, tanto frío que todo se está congelando a nuestro alrededor. Nuestro amor se ha dormido y la nieve lo ha tomado por sorpresa. Pero si te duermes en la nieve, no oirás la llegada de la muerte. Cuídate."

Si después de esto no te enamoras de Natalie Portman, o del Cine, o de París, o de lo que sea, o se te rompe el corazón al recordar que un día estuviste enamorado, es que tienes horchata en las venas. Ése es el pequeño secreto, y por eso es tan valioso.

1 comentario:

  1. Hoy lo he vuelto a ver, y me he vuelto a enamorar. Quizás no seas tan mala persona como te gusta creer... Gracias por compartir siempre tus secretos conmigo.

    ResponderEliminar