sábado, 22 de agosto de 2009

Y otras bailan...

Qué difícil resulta a veces traducir los sentimientos. Supongo que por esa razón el arte es un Olimpo tan inusual, tan inaudito, que no puedes más que reconciliarte con el alma humana cuando estás en su presencia. Llevar algo que no se puede expresar con palabras, una emoción, una mirada, un gesto, una lágrima, al papel o al lienzo o a una humilde partitura es un ejercicio tan devorador y mágico que sólo puede ser comparado a un nacimiento, con todas las dolorosas connotaciones que eso conlleva.
Llevo días pensando en escribir sobre por qué escribir; o, siendo sincero conmigo mismo, por qué no puedo encontrar nada en esta vida que hacer, cual hormiga obrera perdida fuera del hormiguero, que me llene o realice completamente que no sea el aporrear el teclado. No se trata de ganar dinero, pocas cosas hay que me importen menos. No se trata de comprarme una casa, porque no la necesito. No se trata de llevar alimentos a la boca de mis vástagos, porque no los tengo. Se trata de encontrar mi lugar en el mundo, o de al menos creer que existe un lugar para cada uno de nosotros. Siempre he tenido la firme creencia de que el sentido de la vida se haya de forma perfectamente clara en nuestro interior, que podemos acceder a él en cualquier momento, pero que intencionadamente nos lo tapamos, lo cubrimos con mentiras, lo intoxicamos con medias verdades y justificaciones y excusas. Todos sabemos qué queremos realmente, pero a veces la naturaleza humana es tan paradójica que nos lo negamos voluntariamente.
Estos días viendo en televisión esos reportajes tan de moda sobre españoles esparcidos por el mundo, me he encontrado de nuevo con ese tipo de personas que despiertan en mí una irritante envidia. Esos que un día, quizás por accidente durante un viaje, descubrieron su sentido de la vida, hicieron las maletas y se fueron a otro mundo buscando algo tan sencillo como su propio lugar. En los lindes de los desiertos marroquíes vi a personas que se enamoraron del lento paso del tiempo y decidieron huir de las mismas cosas que detesto, del ruido, de la gente vagando como zombies hacia los trabajos, de los carteles luminosos, de los anuncios que prometen sexo y lo maquillan de amor; y lo peor de todo, de los tipos como yo que se quejan pero no hacen nada por remediarlo.
Por eso buscaba frases estos días sobre los caminos, sobre el camino, sobre mi camino. Las buscaba en principio para mencionarlas aquí y que pensáseis que soy un tipo cultivado y que en mi mesita reposan ejemplares de Ovidio o Joyce, cuando tan sólo hay una pila de comics gastados de tanto leeros, como las novelas de caballería que a más de uno trastornaron. Pero buscando esas frases me encontré con cosas preciosas como aquella cita de Hermann Hesse, "la vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero". O hablando de senderos, con lo que a mí me gustan, dice Pitágoras "apártate de los caminos frecuentados y camina por los senderos". Pero si hay dos que me han gustado especialmente son las de el injustamente poco mencionado John Milton, "en un mundo de fugitivos el que transita el justo camino, parece huir", y sobre todo una del poeta mexicano Amado Nervo: "Veo al final de mi rudo camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino; que si extraje las hieles o la miel de las cosas, fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas: cuando planté rosales, coseché siempre rosas".
Supongo que aquí muchos saldréis con lo de que plantásteis rosales y os salieron meras espinas, pero creo que no hay que mirar esta frase desde el pesimismo, sino desde la esperanza. La esperanza en que, al fin y al cabo, somos dueños de nuestro destino. No olvidemos que la gran falacia de nuestra sociedad, de nuestra asquerosa colmena lobotomizadora, es precisamente la idea de que es la única vida posible, la única vida a la que podemos aspirar: nacer entre máquinas que hacen "¡ping!" y morir contemplando el horrible verde azuloso o azul verdoso de las paredes de cualquier hospital, también con máquinas que hacen "¡ping!" a nuestro lado. No sé por qué senderos transitaré en mi vida, pero sí tengo muy claro cuál es el camino que no quiero andar. Ése es mi camino del ninja.
Por eso he elegido el siguiente video, no sólo porque es uno de los mejores finales que recuerdo, sino porque a alguien se le ocurrió rematarlo con la canción "How it Ends" de Devotchka. Y así, precisamente, es como termina este post en el que quizás haya divagado demasiado, haya sido inconexo o cínico, pero debéis disculpar a este alcohólico de madrugada. Aunque el hielo se ha derretido hace tiempo y el limón reposa inerte en el fondo de la copa, aún quiero ser de esos que ven el vaso medio lleno.

1 comentario:

  1. Que en vez de comentario al final te he respondido con una entrada entera, sorry...
    http://porlabrenca.blogspot.com/2009/08/yo-que-todo-lo-tuve.html

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